Manny Ramírez, el arma secreta de los Cachorros

Uno de los mejores bateadores derechos de su generación y sin duda uno de los más difíciles de dirigir, Manny Ramírez ha regresado a los Cachorros, como coach. Nadie sabe bien cuál es su función exactamente, pero el impacto que está teniendo es enorme, una de las razones del gran momento de la novena.

El dominicano no figura como coach ni en ninguna otra capacidad en el equipo, que se apresta a jugar la final de la Liga Nacional. Pero casi todos los bateadores lo consultan regularmente y los jóvenes talentos latinos, sobre todo estrellas del futuro como Jorge Soler y Javier Báez, lo veneran y lo consideran una especie de gurú, que los guía en el béisbol y en la vida.

Cuando se le pidió que describiese el papel del Ramírez, el mánager Joe Maddon dio a entender que es una especie de enlace con la «cultura hispana» del club. Ante la misma pregunta, el joven toletero Kyle Schwarber encogió los hombros y dijo: «Yo solo sé que es Manny».

Ni el propio Ramírez puede describir sus funciones.

«Hago lo mío», se limita a decir, aludiendo a la frase que inspiró en sus días de jugador imprevisible «Manny being Manny», o «Manny haciendo de las suyas». Como si no fuese necesaria ninguna otra explicación.

Nadie puede cuestionar los conocimiento de bateo de Ramírez, quien jugó 19 temporadas en las mayores, fue seleccionado al Juego de Estrellas 12 veces, fue el más valioso de una Serie Mundial, salió dos veces campeón con los Medias Rojas, ganó en nueve ocasiones el premio Bate de Plata a la mejor producción ofensiva en su posición y es uno de apenas 27 peloteros con 500 jonrones. Era tan bueno, que podía hacer básicamente lo que le viniese en gana.

Sus aptitudes como guía de peloteros jóvenes no son tan claras.

El mundo del béisbol acuñó la frase «Manny being Manny» para aludir a las travesuras que tanto disfrutaba Ramírez, quien en una ocasión le puso Viagra a la bebida de un compañero y a menudo desaparecía detrás del muro del jardín izquierdo en el Fenway Park y escribía cosas proféticas como «se hará justicia» o «vive y deja morir» en sus botines.

No todas sus travesuras eran tan inocentes.

Fue pillado dos veces usando sustancias prohibidas y prolongaba siempre las negociaciones de sus contratos. Luego de una productiva temporada con los Dodgers en el 2008, al preguntársele por su futuro, respondió entre risas: «La gasolina está cara y yo también».

Hubo tensas negociaciones y Ramírez no había firmado contrato todavía al comenzar la pretemporada. Pero finalmente firmó por dos años y 45 millones de dólares.

Episodios como ese hacen que resulte llamativo el que haya regresado a los Cachorros, ya que tuvo fuertes encontronazos con Theo Epstein, director de las operaciones de béisbol de esa novena y quien también lidió con Ramírez en esa capacidad en Boston.

«Jamás pensé que me daría otra oportunidad. Pero aquí me tienen», declaró Ramírez, quien hoy tiene 43 años. «Somos grandes compinches. Siempre hablamos del deporte y de los muchachos. Por eso estoy aquí».

Aparentemente nadie se enoja con Manny por mucho tiempo. Maddon dijo que Ramírez «encajó bien» en el equipo, sin mostrar resquemores por su experiencia con el jugador en Tampa Bay en el 2001, cuando Ramírez anunció su retiro luego de jugar tan solo cinco partidos, en vista de que se venía una segunda suspensión por uso de sustancias prohibidas.

«Manny y yo nos hicimos amigos hace varios años y eso facilitó el que haya venido y haya caído tan bien en este camerino», explicó Maddon. «Sé lo que está haciendo todo el tiempo. Es algo bien especial».

Si hay algo que no ha cambiado es el apego de Ramírez al trabajo. Esa cualidad siempre cayó bien entre sus compañeros y es sabido que, al margen de todas sus payasadas, Ramírez le dedicaba a la profesión mucho más tiempo y empeño de lo que la gente piensa. Y lo sigue haciendo.

«Apenas llego al parque, me dice, ‘¿quieres soltar el brazo?»’, relata el cátcher Miguel Montero. «Le contesto, ‘Manny, dame un respiro’, porque quiere trabajar todo el tiempo».

Ramírez nunca fue de pensar demasiado las cosas y en eso no ha cambiado. No quiere opinar acerca de si ha madurado, solo dice que a esta altura de la vida no tiene nada que perder.

«Uno siempre dice, cuando me retire quiero hacer esto, quiero ayudar a la gente», reflexiona. «Quiero que la gente me recuerde todas las cosas buenas que hice».

«Es impresionante, hermano. Increíble que esté donde estoy. Una locura».

CHICAGO (AP)