Democracia es El Caribe: encarna la Patria ante potencias mundiales

Foto: Nicaragua, el deber de la ley/cortesía
Foto: Nicaragua, el deber de la ley /cortesía
  • Por: Edwin Sánchez

I
Si alguien duda de que Nicaragua no vive la mejor de todas sus épocas juntas, desde que Cristóbal Colón atisbara su Costa Caribe el 12 de septiembre de 1502 —para ser inmisericordemente olvidada durante cinco siglos y cinco años—, vale subrayar lo que el Estado Democrático y Social de Derecho significa en el día a día para acabar con el repetido y nada arrepentido régimen de la noche-noche.
Densa noche…
La República Democrática decidió que dos hijos de la primera tierra nicaragüense avistada por ojos europeos, estén al frente de la responsabilidad mayúscula de representarnos, con la dignidad en su debido puesto, ante las mayores potencias del planeta.
Francisco Campbell y Michael Campbell son embajadores de la Patria del General Augusto César Sandino en Estados Unidos, principal socio comercial y destino de nuestras exportaciones, y la República Popular China, con la que se amplían significativamente las ventajas y oportunidades económicas de productores y empresarios nicaragüenses.
Antes, en el siglo XIX vivíamos el absolutismo de León o Granada. Luego, en el XX, el lastre de la autoritaria alcurnia montada en Managua.
El resto de Nicaragua, hasta 2007, era “monte”.
Pero la capital “cedió” algo al Pacífico, claro que sosteniendo todos los mecates del poder, aunque parte de esa podrida cabuya pretende todavía amarrar el siglo XXI.

Ese estado de cosas ignoró la gente, la riqueza cultural, su creatividad, y la fortaleza socioeconómica. Ignoró al país total. Y así quedó, por ejemplo, designado Masaya como “Cuna del Folklore Nacional”, hasta la fecha.
El Norte y el Centro, ya no digamos el desechado Este, “no generaban nada”.
Aquella terrible cuadratura de un país descrito como un triángulo isósceles, no definía a la Nicaragua genuina como la que recién conoció y disfrutó la delegación de Burkina Faso, presidida por el Secretario General de la Cancillería, Boro Issa, en el Caribe Sur.

La comunidad afrodescendiente y miskita mostró parte de su riqueza multicultural, bailes, trajes y gastronomía, parecida a la de esa nación hermana, testimonió La Primerísima. ¿Acaso Orinoco y Laguna de Perlas no son también formidables cunas del folklore plural?
En esos malos tiempos, cuando los escudos heráldicos eran más importantes que el Escudo de Nicaragua, sus jolgorios más que el Salve a ti, y las biografías de la prosapia y el statu quo libero-conservador se leían como la “Historia”, no existía el Estado Nación, ni mucho menos sentido patrio. Prevalecía el indigno sentimiento de patio-trasero. Predominaba “el derecho divino” de la oligarquía de que el Estado Parroquial ungiera al hijo de papá, tan vivaracho y cachetón que ya, en vez de pañal, usaba la banda presidencial, y de grandecito, el fierro de clase: el trapero puñal.
Todavía ese indecoroso anacronismo se vio en 2018, cuando todos creíamos que las taras de lo peor del ayer se habían extinguido para siempre.

Un confeso pretérito pluscuam-antĭquātus (más que anticuado) —llegó tardíamente a ser cargado por sus veneradores en un remedo tercermundista de la arcaica y desusada silla gestatoria—, con parte del mecate de antaño en mano, ensilló a su montado preferido para devolverle, intacto, el pasado abolido.

Cuando en Costa Rica los tranqueros en fuga le increparon al “ungido” entre las “lumbreras” que habían hundido al país, solo atinó a decir: “A mí me llamó monseñor Álvarez, que aquí debía estar”.
El mismo que anduvo en Jinotepe, supervisando in situ los “geniales” tranques, donde comprobó su abominable “efectividad” diabólica, y contra todo derecho divino y humano, diría don Miguel de Cervantes, le valió la tortura y despedazamiento en vida de don Bismark Martínez.

El mismo que los comisarios de la posverdad melifican como “fuerte crítico” del Gobierno Constitucional.
“Críticas” que consistieron en…
Atizar, organizar y ponerle una jáquima de siglas “cívicas”, y las respectivas espuelas sanguinarias, a su Golpe de Estado —literalmente— de “pura sangre”…
Bloqueo armado de carreteras…
Humillación a los transportistas internacionales con su avasallante respeten-la-“patria”…
Ultimátum “pastoral” al Gobierno legítimo…
Y el sádico gozo de la beatería unánime de ver sometida y secuestrada la población mediante la intimidación, el ulular de sirenas, el terror, con toques de campana a rebato y sermones de curas descarriados en los templos…Y de rato en rato, disparos de AK de los “manifestantes pacíficos”: los “autoconvocados” a ejecutar la peor de las carnicerías de todos los tiempos.

II
Durante siglos, El Caribe no pintó para nada en Nicaragua. Más que excepción, lo excepcional fue cuando el General Rigoberto Cabezas, bajo las órdenes del Presidente nacionalista, José Santos Zelaya, recuperó para la Geografía y la Historia Patria, 50 mil kilómetros cuadrados que los ingleses se habían adueñado.

Nicaragua completaba así su mapa que la oligarquía había reducido, tal como la cúpula leonesa se encargó de entregar a San José, en bandeja de oro de buena ley, 13 mil kilómetros cuadrados de Guanacaste y Nicoya, con todo y su ¡Gallo Pinto!, arte y cultura: un invaluable valor agregado a la identidad nacional de Costa Rica.

Empero, desde la intervención de la Nota Knox 1909, hasta la Redención de la Nota Sandino 2007 —espejo, reflejo y festejo del célebre Manifiesto del Mineral de San Albino, firmado por el General Augusto César Sandino en Nueva Segovia, 1 de Julio de 1927—, la Costa fue una inmensidad indocumentada en la División Política Administrativa del país. Estaba ahí, pero más como algo pintado de mala gana en el Atlas, que ser parte efectiva y afectiva de Nicaragua.

Marginados, desconocidos, se les alejó más allá del arco de las Antillas Mayores y Menores, al tacharlos de “El Atlántico”, es decir, inexistentes, extirpados de raíz como punto cardinal, sin reconocerles su nicaraguanidad, sin aceptar que eran El Caribe indispensable de Nicaragua.

Tan así que la Carta Magna, con las reformas de 1995 y 2000, lo desaparecía constitucionalmente con su “ARTICULO 10.- El territorio nacional se localiza entre los océanos Atlántico y Pacífico y las repúblicas de Honduras y Costa Rica”.
Por Dios, ¿dónde estudiaron esos “padres” de la… ignorancia a mano alzada?
La oligarquía nativa demostró su menosprecio a esa vital realidad nacional que otras élites, en América del Sur, más bien acogieron.

Sin embargo, esa anomalía tan “normal”, ese insoportable chauvinismo ridículo que solo rebautizó el antiguo San Juan del Norte con el patriotero maquillaje de “San Juan de Nicaragua”, dejando arbitrariamente solitario en la Historia a San Juan del Sur —puertos ubicados en la Mar del Norte y la Mar del Sur, denominadas así durante la Conquista—, no podía seguir per saecula saeculorum.

Con las reformas constitucionales incorporadas en 2014, el Frente Sandinista corrigió tamaño desprecio, olvido y ninguneo a los costeños, con una visión superior: el Jefe de Estado, Daniel Ortega y la Vicepresidenta Rosario Murillo, rompieron la vieja atadura secular, de cuando el abstracto mundo jurídico nada tenía que ver con el mundo real.
El artículo 10 se lee en la actualidad, así: “El territorio nacional es el comprendido entre el Mar Caribe y el Océano Pacífico y las Repúblicas de Honduras y Costa Rica”.

Este es el Estado Democrático y Social de Derecho, sede del poder a lo largo y ancho de la República.
Su articulado constitucional pasó a convertirse en una lucha frontal contra el cáncer y la insuficiencia renal y otras letales dolencias. Se vuelve megahospitales. Se materializa en carreteras, puentes, escuelas, estadios y otros andares del atareado progreso.

Atrás quedaba la modorra y el atraso institucionalizados.
Unificar la nación, por aire, mar y tierra, humanizarnos más con nuestro propio país, sin distancias de razas, ni lejanías de incuria, son frutos de la suprema tarea que no se alcanza con decretos, sino con obras y resultados de un loable amor al prójimo de gran calado Azul-Blanco-Azul, jamás visto.
Y tan importante es construir un nosocomio en Managua como hacerlo en León o en Bilwi. O establecer una clínica patológica cervical para salvar la vida de las mujeres de Dipilto.
Porque las vidas valen lo mismo en Los Robles, Los Altos de Santo Domingo y Las Colinas de la capital, como en el caserío más remoto del Estado.
III
Por supuesto que este nuevo orden no es bienvenido por los vestigios vivientes de aquellos fundadores del Subdesarrollo, la Ignorancia y el Oscurantismo, beneficiarios oportunistas del imperio religioso colonial en metástasis de superstición.
Con esa “bola de canallas” en el tablero de mando, como diría Sandino, Puerto Cabezas no tendría el mayor y más moderno Hospital del Caribe centroamericano, Nuevo Amanecer.

Ese lamentable género, sin ápice de humanidad, tampoco lo dotaría con equipamiento de alta tecnología, ni con especialidades en ginecología, pediatría, nefrología, medicina interna y general, odontología, anestesiología, cirugías pediátricas…; seis quirófanos, ultrasonidos, radiografía, tomografía, resonancia magnética, neurología, oncología…
Únicamente con un patriotismo de la talla de Héroes como José Santos Zelaya, Benjamín Zeledón y Augusto César Sandino, es que se logró expandir las estrechas fronteras caducas del régimen oligárquico, cuando solo “existía”, medianamente, el Pacífico, y la educación y la salud eran un privilegio delimitado, chapucero y deficiente.

¿Quiénes y qué podrían impulsar esas descomunales tareas propias de una lealtad a Nicaragua en clave de Himno a la Vida?
Es que no es para cualquiera sumar todo el Mapa Humano nicaragüense, y sobre todo, los vigores dispersos del Caribe…
Para superar lo que las generaciones de nicaragüense soportaron desde la Independencia, y alcanzar otro nivel, no existen los atajos del conformismo del insensible hatajo de miserias humanas: solo el camino de una Democracia del Bienestar en pie de Revolución Creadora.

Porque en 17 años, el Gobierno liderado por el Comandante Daniel Ortega y la escritora Rosario Murillo, ha hecho SUSTANCIALMENTE más que lo que pudo haberse realizado desde que Francisco Hernández de Córdoba fundara Granada en 1524.

Pero la vileza organizada, debidamente financiada, no podía tolerar que se erigiera, a paso firme y agigantado, la Nueva Nicaragua que, por falta de amor a su Patria y exceso de incapacidad, ni se le ocurrió que podía ser posible.
Era el “sagrado” establishment. Diestro en el sacro-saqueo. Sociedad Anónima de la calamidad. Experto en el fracaso de magnitud nacional: no dejó dudas cuando “presidió” no una República de verdad, sino una Banana Republic del montón.
Sí, la élite que intentó recuperar el poder por sus pistolas, con el contubernio de los turiferarios que, por sus estolas, incensaron el perverso Golpe de Estado de 2018.

Así, las huestes de maldad, con sus crímenes, incendios y destrucción, intentaron acabar con la incipiente Soberanía de su misma tierra, y el inédito advenimiento del derecho de todos que puso fin a la inveterada rapiña del insaciable V.I.P. de los intereses foráneos.

Y esta es la irrebatible evidencia que les repugna a los trapaceros, a los que alquilan sus odios y rencores, a los que profesan el cinismo y los dados a las santulonadas con los dados cargados de mala fe:
El Caribe es símbolo de la Democracia de carne, hueso y corazón.
La Costa amada que al fin es parte de Nicaragua.

O, bien dicho: es Nicaragua, porque esta hermosa e ineludible región, a través de dos de sus ciudadanos, Francisco y Michael, encarna la Patria Grande de Rubén ante las máximas potencias mundiales.
Esto solo acontece si se estima íntegramente la Casa de Nicaragua.

Nuestra Casa y Nuestra Causa habitada de Luz.
Tanta Luz que deslumbró al norteamericano Ephraim George Squier, cuando en 1849 contempló, con la mirada poética, latina y profética de Publio Ovidio, un verso convertido en el asombroso país que hoy es una República Soberana a como Dios manda:
“De dos mares, he aquí la vasta puerta”.