La farsa detrás del psicoanálisis de Sigmund Freud

El psicoanálisis ha perdido prestigio en círculos académicos en las últimas décadas, de forma silenciosa pero inexorable. No obstante, las teorías psicoanalíticas preconizadas por Freud y sus seguidores han tenido una enorme difusión y mantienen un notable grado de credibilidad en amplios sectores, aparte de que siguen siendo la base de una forma lucrativa de ejercicio profesional.

Dejando aparte el hecho de que algunos pacientes se hayan podido beneficiar de las terapias derivadas, es importante destacar que el psicoanálisis no es ciencia. Sencillamente, porque ignora las principales premisas de la ciencia: 1) que las hipótesis hay que contrastarlas experimentalmente; 2) que una hipótesis sólo vale el peso de la evidencia experimental a su favor; y 3) que las hipótesis que no son contrastables no valen para nada. En palabras del filósofo Mario Bunge: “El psicoanálsis es la psicología de los que no se han molestado en estudiar psicología”.

Para empezar, las teorías psicoanalíticas no son el resultado de una investigación sistemática sino que fueron simplemente inventadas por Freud y sus seguidores a partir de las conversaciones mantenidas con sus pacientes. En sus 110 años de historia, el psicoanálisis no ha puesto en marcha ningún laboratorio de investigación experimental y sus seguidores se encuentran totalmente al margen de la comunidad científica. La marginalidad es un rasgo que comparte con otras pseudociencias, como la homeopatía.

Muchas de las teorías freudianas son imposibles de contrastar, bien porque son demasiado vagas o porque están formuladas de forma que resulten irrefutables. Por ejemplo, la afirmación de que “los sueños siempre tienen un contenido sexual” es imposible de refutar porque: a) si tienen un contenido sexual evidente no hace falta seguir y, b) si no lo tiene basta invocar la idea de que dicho contenido está reprimido. Otras teorías son patentemente absurdas y han sido claramente refutadas: el complejo de Edipo es un mito (los niños no odian a sus padres porque quieren acostarse con sus madres), las mujeres no tienen “envidia de pene”, la esquizofrenia no está causada por “cuidados maternales inadecuados” dispensados por “madres esquizogénicas”. La idea de que el comportamiento de los padres, particularmente de la madre, son la fuente de muchos (si no todos) los problemas psicológicos tampoco está soportada por los datos. El autismo y la esquizofrenia son enfermedades de etiología desconocida hoy por hoy, pero que tienen un fuerte componente genético (culpabilizar a las madres no sólo es científicamente incorrecto sino moralmente inaceptable).

Las dos principales herramientas del psicoanálisis son la “interpretación de los sueños” y la “libre asociación”. Ninguna de las dos tiene la menor validez científica, dado que resulta imposible comprobar si las interpretaciones (suministradas por el psicoanalista) son ciertas o no. La idea básica de que “el inconsciente es un reservorio de memorias traumáticas que influyen constantemente en muestra conducta”, carece de apoyo empírico. Lo que naturalmente sí puede ocurrir es que algunos traumas infantiles tengan consecuencias negativas en el individuo adulto (aunque hay bastante evidencia de que no todos los niños que sufren abusos acaban teniendo problema psicológicos).

Las teorías psicoanalíticas de Freud constituyen un conjunto de axiomas incontrastables y dogmáticos. No es de extrañar que esta disciplina haya permanecido estancada, a diferencia de la psicología científica. Resulta difícil explicar por qué esta teoría ha gozado, hasta hace poco de respetabilidad científica. No obstante, algunos de sus adherentes insisten en que la psicoterapia derivada del psicoanálisis (denominada hoy día terapia psicodinámica) tiene efectos positivos en los pacientes.