Aprende a engañar a las hormonas del hambre para adelgazar y estar en forma

El cuerpo humano es un organismo complejo diseñado para funcionar perfectamente. En este sentido se puede afirmar que varios factores influyen en el hambre o en la sensación de saciedad y, consecuentemente, en el peso. Los niveles de insulina, por ejemplo, pueden modificar el inicio y el final de la ingesta ya que esta hormona está encargada de regular la glucosa en sangre.

Existen, además, dos hormonas complementarias llamadas leptina y grelina que regulan el apetito desde el sistema nervioso central. Ambas trabajan acompasadas para regular nuestro peso, pero ¿qué sucede cuando existe un desequilibrio? ¿Podemos tener injerencia en ellas para lograr una pérdida de peso? ¿Es posible controlarlas simplemente con la fuerza de voluntad y así mantenerse en forma?

Así funcionan las «hormonas del hambre» Según el médico James Shoemaker, profesor de bioquímica y biología molecular de la Universidad de St Louis, la leptina también se conoce como «la hormona de la saciedad» ya que es la encargada de enviarle señales al cerebro que indican cuándo se debe dejar de comer.

En otras palabras, señaliza las reservas de grasa almacenadas y media el control del apetito a largo plazo. Por su parte, la grelina es producida por el estómago y controla el apetito a corto plazo: indica cuándo el estómago está vacío y se debe ingerir alimentos o cuando, por el contrario, está lleno y ya es hora de detener la ingesta.

Cuando pasamos algunas horas sin comer, la grelina se encarga de comunicarse con nuestro cerebro para que volvamos a ingerir alimentos y suele producir los famosos «ruiditos de hambre en el estómago» para avisarnos.

El famoso «efecto rebote» En un organismo saludable, la leptina y la grelina trabajan juntas en armonía: cuando suben los niveles de una, bajan los de la otra y así sucesivamente. Ahora, si se pierde peso con rapidez (por ejemplo, durante una dieta hipocalórica) el «efecto rebote» está casi garantizado: un bajón brusco en los niveles de grasas provoca una reducción también brusca en los niveles de leptina y un aumento en los de grelina.

De esta forma, se estimula el hambre y la persona tiende a ingerir una mayor cantidad de alimentos en un tiempo más reducido con su consecuente ganancia de peso. Así es como las dietas extremas pueden funcionar por un período de tiempo corto pero no a largo plazo ya que en cierto momento volveremos a ganar el mismo (o más) peso del que teníamos al comenzar la dieta.

La resistencia a la leptina: Si funciona en estado óptimo, la leptina debería hacerle saber al cerebro cuando estamos llenos; es decir, cuando ya contamos con suficiente energía almacenada. Sin embargo, existe un desequilibrio hormonal llamado «resistencia a la leptina». En este caso, la señal de la leptina no funciona, el cerebro piensa que precisamos más energía y por eso la persona ingiere una cantidad innecesaria de comida. La resistencia a la leptina es una de la principales causas de obesidad.