Opinión: Derecha autoritaria contra democracias de México y Nicaragua

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Edwin Sánchez es el autor de este artículo de opinión, en el cual habla sobre la derecha agresiva que afecta negativamente a América Latina, en específico mencionando los casos de México y Nicaragua.

A continuación el texto íntegro:

En mayo pasado, la derecha más conservadora de México, con la misma arrogancia de sus pares en América Latina y España, trató de poner en el banquillo de los “malvados” al presidente Andrés Manuel López Obrador. Su enorme “pecado”: contar con el privilegio de la humana plenitud de las urnas. Su gran “herejía”: que el pueblo recobrara su confianza en la palabra política.

No aguantaron que desde una propuesta de nación se volviera al limpio significado etimológico del concepto Democracia. Y montaron su aquelarre. Por esta vez en el salón de una universidad. Refinados, doctos, sapientes. Así calientan motores. Mas ya el rey sabio, Salomón, advertía: El que odia disimula con sus labios; mas en su interior maquina engaño (Proverbios 26:24).

Disfrazados de “mesas redondas”, los pensadores más cuadrados de la derecha megaconservadora no se atrevieron a hablar del tsunami de votos que llevó al poder al líder de Morena, menos asumir el contundente rechazo a lo que ellos mismos representan, defienden y disfrutaron. Era el pasado congregado en pleno y no cualquier pasado: ahí cerraban filas las neuronas del régimen perdido, la materia gris de la democracia de cementerio: 34 mil 202 crímenes, a un promedio de 94 personas por día y 4 por cada hora en 2018 (Animalpolítico.com).

La derecha cavernaria pulverizó al México lindo y querido. Y lo procura hacer en Nicaragua. Durante “su aventura sangrienta” de tres meses el año pasado, como lo llamó el intelectual sandinista William Grigsby, casi liquidan la economía, la segunda de mayor crecimiento en América junto con República Dominicana.

En vez de enjuiciar a AMLO, tal derecha debió aprovechar tiempo y recursos para ir a lo sustancial: ¿Por qué México en vez de ser un formidable gigante de la economía mundial y un país incluyente fue degradado a punta de sexenios neoliberales a un jugador incompetente en el mercado internacional? ¿Dónde está la “eficiencia” de una derecha “educada” en Harvard y “ungida por Dios” para gobernar, pero que exporta el petróleo y compra gasolina en el extranjero?

No cuestionaron por qué permitieron que una cúpula todopoderosa se enriqueciera a costa de sumir en el subdesarrollo a la nación, sin preocuparse por construir la infraestructura y plataformas necesarias para salir del Tercer Mundo.

Tampoco quisieron autodiagnosticarse: la victoria de AMLO constituye el repudio completo a la clase política tradicional, al compadrismo, a la corrupción rampante, a los sacerdotes del capitalismo despiadado que ofician desde el íngrimo altar de la avaricia.

Sí, no fueron al tema central del por qué México entero impugnó a través del sufragio al establishment neoliberal para darse su gran oportunidad en la historia.

Los artesanos del conservatismo repitieron, no crearon; copiaron, no innovaron; reciclaron no originaron. Incapaces de estrenar al menos alguna mediocridad de su propia cosecha, volvieron a empuñar y apuntar las vetustas ruindades que en su momento las sufrieran Jacobo Arbenz o Salvador Allende, y más recientemente el comandante Daniel Ortega. Y eso que apenas citamos a dos presidentes legítimos derrocados por la intolerancia fascista de la derecha, y un Jefe de Estado constitucional al que no pudieron asestarle un planificado golpe de Estado. Ellos, “los apóstoles” del Estado de Derecho.

El caso de Nicaragua fue tan brutal como los de Guatemala y Chile. Mientras en 1953 y 1973 se trataba de “angelitos”, “mansas palomas”, y “mujeres con cacerolas”, en 2018 la vieja fórmula se doró bajo el formato de “la primavera estudiantil”, y “las protestas pacíficas”, pese a ocupar para sus “manifestaciones cívicas”:

1) Tranques que técnicamente operaron como Campos de Concentración Nazi. 2) Dominio violento de universidades y territorios. 3) Incitación a la quema de personas vivas identificadas con el sandinismo o que eran policías o familiares. 4) Destrucción y saqueo de bienes públicos y privados. 5) Uso de armas de alto calibre. 6) Ubicación estratégica de expertos francotiradores. 7) Persecución y acoso a militantes del FSLN. 8) Demolición del Octavo Mandamiento con la venia del clero antiFrancisco infiltrado en la Iglesia Católica y “pastoreado” por un teólogo antibergoliano. Algunos utilizaron de mampara los DDHH y el pseudo periodismo para fabricar matanzas y crueldades “perpetradas por el régimen sandinista” que jamás ocurrieron.

Para variar, los encargados de estas apestosas alcantarillas de la derecha conservadora fueron antiguos dogmáticos de la izquierda ultrasoviética. No solo abandonaron el sandinismo cuando perdió las elecciones en 1990, sino también los últimos residuos de ética que aún les quedaban.

Toda esa marabunta sin escrúpulos quedó finalmente retratada en uno de esos individuos que se llevó su medio de vida a Costa Rica, la llamada Asociación Nicaragüense de Derechos Humanos, ANPDH.

Un año después de la cruenta intentona terminó siendo imputado por sus mismos excolegas: además de sus “investigaciones” fraudulentas sobre irreales “masacres”, ¡malversó la bicoca de medio millón de dólares “donados por las estadounidenses National Endowment for Democracy (NED), National Democratic Institute (NDI) y Open Society”!

“Álvaro Leiva infló la cifra de víctimas. Nosotros le preguntamos personalmente de dónde sacaste esa cifra; ahí me llamó un amigo diciendo que por favor sacara a su abuelita que murió de infarto, de la lista de las personas que supuestamente estaban siendo víctimas de la represión”, agregó el directivo Gustavo Bermúdez. A confesión de parte…

La tendalada de muertos “Made in ANPDH” –“fuente digna de todo crédito” para la CIDH que así nutrió su “devastador informe” contra el Gobierno de Nicaragua– llegó a 561, aparte de “4 mil 500 heridos” ficticios y mil 336 “presos políticos”.

“Son cifras totalmente inconsistentes”, aseguró el denunciante, un periodista de la derechista Radio Corporación.

En México, los guionistas de la decadencia no alcanzan a ver que la sociedad dio su propia y contundente respuesta continental de que el camino es la justicia, la paz y la libertad integrales. Sí, porque tampoco quieren admitir que tales aspiraciones pertenecen a los hombres y mujeres de buena voluntad, y no a la derecha que en su deriva autoritaria ha querido privatizar hasta los más intrínsecos valores del género humano.

La procrastinadora “intelectualidad” formuló cargos, acusó y sentenció al Presidente que apenas contaba con cuatro meses de mandato.

Lo que queda demasiado claro al final del día es que a la élite le resulta insoportable su imagen en alza, insoportable su popularidad a prueba de las arteras balas mediáticas de la industria pseudo periodística, insoportable que el centro de gravedad de México se haya desplazado literalmente de “Los Pinos” del pernicioso modelo neoliberal a la agenda de los postergados intereses nacionales.

Igual que hicieron en Nicaragua, en vez de reconocer su responsabilidad, cínicamente culpan a otros de las secuelas de su codicia destructiva. Así, los extremistas de derecha prefirieron acomodar las piezas de su totalitaria narrativa para justificar a mediano plazo una futura agresión a la voluntad popular: “El deterioro de la democracia mexicana es ya un hecho irrebatible”, coreó Mario Vargas Llosa las conclusiones monocromáticas de la derecha desalojada del tablero de mando.

Enrique Krauze necesitaba un “nuevo enemigo ideológico” que inventar en Latinoamérica y el Caribe, para justificar desde ya las potenciales embestidas. Él tuvo el “honor” de colocar la primera piedra de la mampuesta: López Obrador es “el mesías tropical”. Al entendido por señas. Dijo que AMLO desde ahora trabaja para “no dejar el poder”.

¿Qué significa todo esto? ¿Por qué esa desmedida reacción? ¿Por qué mejor no optaron por felicitar su sideral apoyo nacional, reflejado en el dominio del Congreso de la República? ¿Acaso no se trata de eso la Democracia? Y, si son “demócratas”, ¿por qué tanta insidia contra el favorecido por la vasta colectividad mexicana?

Lo que María Zambrano escribió al doctor Gregorio Marañón en 1936 es el identikit del autoritarismo conservador, tan manifiesto hoy en México o Nicaragua. La filósofa evidenció que “la política republicana se estrellaba con una derecha y una élite económica que no consideraban a España como un asunto público, sino como una propiedad privada” (“Las palabras rotas”, Luis García Montero, mayo 2019).

La política democrática, arguyó García, director del Instituto Cervantes, “es un debate sobre los asuntos públicos, no una pelea crispada por las escrituras de propiedad de un solar”. Y, en buena hora, aclaró a los canallas que ocupan la politiquería para desbaratar su propio país con tal de recuperar el poder: “Una nación no es propiedad privada de nadie”.

La derecha conservadora no juega limpio. No está en su genética. Precisamente esta casta se arropa de “víctima”, “inocente”, “pacífica”, “cívica”, “democrática”, “defensora de los derechos humanos”, etc., mientras desde el poder va dejando un reguero de Estados Fallidos en las Américas.

Con todo y su execrable expediente, lo grave es que la derecha apátrida se presenta como la dueña absoluta de la verdad cuando su especialidad es la infamia, además de erigirse en “accionista mayoritaria” de la Biblia y la única con el derecho de absolver o condenar, premiar o castigar a los que no bendicen sus abominables prácticas.

Ahora le toca el turno a AMLO de recibir las inmundicias de la derecha neofascista. Sus alcantarillas siempre están rebalsadas. El caso de los negociantes de DDHH y los Fake News en Nicaragua solamente es una pequeña muestra de su podrida “esencia democrática”, esa misma que Vargas Llosa, Krauze y Carlos Montaner se complacen en vender como exquisita fragancia parisina…