La Iglesia Católica ha iniciado oficialmente el proceso para elegir al sucesor del Papa Francisco, fallecido recientemente, convocando al cónclave, la histórica asamblea de cardenales que elige al nuevo pontífice.
Esta práctica, que data del siglo XIII, encierra a los cardenales “con llave” de ahí su nombre en latín cum clave para proteger el proceso de influencias externas.
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Desde 1271, cuando se eligió a Gregorio X tras un largo y caótico cónclave en Viterbo, se establecieron reglas estrictas, como el confinamiento obligatorio y hasta raciones mínimas si no se llegaba a un consenso.
Hoy, sin embargo, los cardenales se alojan con mayor comodidad en la Casa Santa Marta, y se reúnen en la Capilla Sixtina bajo estrictas medidas de aislamiento tecnológico y secreto.

Tras la muerte del Papa Francisco
El ritual incluye juramentos solemnes, la famosa frase “Extra omnes” al cerrar las puertas y el voto secreto que se deposita en una urna. Para que haya un nuevo Papa, se requieren dos tercios de los votos. Si el consenso se logra, una fumata blanca y el sonar de campanas anuncian al mundo el “Habemus Papam”.
Entre anécdotas y tradiciones, como el mítico coñac del cónclave o el humo que confundió a miles en la elección de Benedicto XVI, el proceso sigue rodeado de solemnidad, misterio y expectativas.

El cardenal camarlengo tiene ahora la responsabilidad de organizar este evento crucial, que determinará el rumbo de la Iglesia en una nueva era.
¿Quién será el nuevo líder espiritual de más de mil millones de católicos? Solo el Espíritu Santo y el voto de los cardenales lo dirán.