Macron recupera los fundamentos de la política exterior francesa

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Emmanuel Macron llegó hace un año al poder con la intención de romper los bloqueos de la economía y la sociedad, y preparar Francia para el futuro. En la política exterior, el movimiento ha sido el contrario: no romper nada, sino reconstruir los pilares de la vieja diplomacia francesa. Su primer viaje a Estados Unidos como presidente, que empieza este lunes, es la ocasión para poner a prueba esta política que busca reafirmar a Francia como potencia capaz de hablar con todos los actores, al estilo del general De Gaulle o de François Mitterrand.

Macron se ve como heredero de lo que llama la tradición gaullo-mitterrandiana, y de la que, según exministros y expertos consultados, se desviaron, o como mínimo no siguieron de manera tan explícita, los antecesores inmediatos, François Hollande y Nicolas Sarkozy.

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“Volvemos a los fundamentales franceses. Lo digo con gran satisfacción, y como gaullista. Es el retorno a la voluntad de hablar con todo el mundo. Esto forma parte de la política tradicional de equilibrio y de iniciativa de la diplomacia francesa”, dice, en una entrevista con los corresponsales del grupo de diarios europeos LENA, Dominique de Villepin, ex primer ministro y, antes, ministro de Exteriores del presidente neogaullista Jacques Chirac. Villepin fue el encargado de defender en la ONU la oposición de Francia a la invasión de Irak en 2003, un momento crítico en las relaciones con EE UU.

Otro exministro de Exteriores, Hubert Védrine, que ocupó el cargo con Chirac y antes trabajó con el socialista Mitterrand, cree que, al hablar de la tradición gaullo-mitterrandiana, se está hablando de otra cosa. “En el lenguaje codificado, decir que [Macron] es gaullo-mitterrandiano significa simplemente decir que no es neoconservador”, dice Védrine en otra entrevista con corresponsales.

“Lo que es interesante es que es un revolucionario en el interior, en la medida en que no es ni de derechas ni de izquierdas, y que quiere ir hasta el final con las reformas”, apunta Dominique Moïsi, consejero especial del Instituto francés de Relaciones Internacionales y autor, entre otros libros, de Geopolítica de las emociones. “En política extranjera, en cambio, es muy clásico, tanto en el estilo como casi también en el fondo”.

Cuando Védrine usa la palabra neoconservador, no se refiere exactamente al grupo de intelectuales y altos funcionarios estadounidenses, exizquierdistas en algunos casos, favorables a una política exterior intervencionista que diseñaron y alentaron la invasión de Irak. Los neoconservadores franceses fueron los partidarios de alinear la política exterior de Francia con la de EE UU tras el desencuentro por la invasión de Irak. Eran, como los neoconservadores estadounidenses, partidarios de una política exterior más intervencionista y basada en la promoción de la democracia y los derechos humanos. Pero sin la arrogancia imperial y uniltaral de aquellos y, en realidad, europeístas y multilateralistas. Según este argumento, durante las presidencias de Sarkozy y Hollande Francia, influidos por este sector, se apartaron de la posición tradicional francesa.

 

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“[Macron] ha abandonado la política de la postura”, celebra Védrine. “Antes no hablábamos con éste, o con aquél. Siempre teníamos la tentación de Occidente. Siempre había los buenos y los malos, el eje de bien y el del mal. No era una política realista”, dice. “Es triste tener que recordar que la política es esto: no sólo frecuentar a los amigos. La política exterior se inventó para disponer de otra palanca que no fuese la guerra. Y para eso hay que hablar con personas que nos detestan”.

Macron es gaullo-mitterrandiano en su voluntad de hablar con todos los actores. Con el presidente de EE UU, Donald Trump, y con el ruso, Vladímir Putin. Con Irán, país que quiere visitar, también. No con el sirio Bachar El Asad, pero, pese al reciente ataque junto a EE UU a sus supuestas instalaciones químicas, ya no reclame su retirada, como sí hacía Hollande.

“El mundo real está ahí, es lo que hay. Emmanuel Macron, con Irán, con Rusia, tiene una actitud abierta, al tiempo que se mantiene vigilante”, dice Védrine.

“No podemos entrar en una lógica de antagonismo con China como la lógica de antagonismo en la que hemos entrado con Rusia”, avisa Villepin. “Sería catastrófico para Europa. Tarde o temprano nos encontraríamos en la situación de ser un apéndice de Estados Unidos”.

Moïsi desaconseja la equidistancia gaullo-mitterrandiana, que tiene mucho de mito. Porque en los momentos decisivos, como la crisis de los misiles en Cuba, el equidistante De Gaulle se alineó con Washington. Y Mitterrand, que también quiso jugar la carta de la grandeur, mantuvo una política atlantista en los últimos años de la Guerra Fría y participó en la coalición internacional en la Guerra del Golfo.

“América es un aliado imprevisible e incierto. Rusia es un rival avispado, hábil y finalmente peligroso", resume Moïsi. “Hay que distinguir entre una democracia que va mal de un régimen autoritario que parece ir bien pero con debilidades estructurales muy próximas de las de la Unión Soviética”. Con o sin Trump, EE UU seguirá siendo el amigo de Francia.

 

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