«Ese rostro no era de este mundo»: Criminóloga dice haber visto a la Llorona tres veces

criminologa costarricense

La criminóloga costarricense Vanessa Alvarado relató una experiencia muy interesante con algo que ella dice puede ser la Llorona.

Alvarado es investigadora de lo paranormal y dice tener algunas facultades psíquicas como la videncia o los presentimientos.

Las vivencias se dan en Hatillo 8, donde vivió mucho tiempo. Comenta que en la parte trasera de su casa había un terreno baldío, que pertenecía al corredor biológico del río María Aguilar y que era como tener un bosque en el patio.

Su papá era buscado por vecinos cuando había gente rara en patios traseros por la amplia carrera policial que tenía. Hasta fue guardaespaldas presidencial.

Había una señora mayor, viuda, que vivía sola y que una noche oyó gritos lastimeros de una mujer.

“Tenía miedo que estuvieran violando a alguna muchacha. Mi papá tomó el arma y el foco, llamó al vecino que vivía a la par de la anciana y entre los dos revisaron y no encontraron nada. La señora insistía que una mujer había estado llorando pegada al muro de su patio”, dice, asegurando que eso fue como en 1990.

 

Más tarde, la mamá de Vanessa escuchó lamentos en la misma casa y le dijo al policía.

“Mientras iba a pedir las llaves de la casa de ella (las vecinas tenían llaves de la anciana), me acerqué a la pared de la cocina y logré escuchar ese llanto. Era tan lleno de dolor y tristeza. No era físico, no emitía ni frases ni palabras, era solo llanto, que le provenía desde sus entrañas. Escribiendo esto, lo recuerdo, y mi piel se eriza ”, escribe Vanessa.

Contacto visual

Otro relatos indican un contacto visual.

“La barra de los chiquillos subió corriendo por el callejón, algunos lanzaban sus hijueputazos a gritos, otros decían que se habían cagado y mi hermano no se quedó con la duda y les preguntó ¿qué pasaba?. Los niños le contaron que vieron a la Llorona caminar por la orilla del río, del lado de La Sabana”.

Entonces Vanessa jaló con su hermano y su perro a inspeccionar el lugar y vio por primera vez algo que le paró el pelo. Para ir allí, tenían que cruzar la carretera de circunvalación.

“Cuando iba cruzando la pista, sentí un frío estremecedor en la espalda. Al llegar a la orilla del río vimos a una mujer, de traje claro, podía ser gris claro, beige, crema o blanco. Caminaba entre los árboles y sus movimientos eran lentos, parecía drogada”.

“Pude definir que era delgada, de cabello oscuro, sus brazos y manos se veían largos, ella se veía alta. En un momento dejó de moverse y se acercó a la orilla, alzó la cara y aunque le pegaba una luz no logramos verle el rostro”.

“Cuando me percaté, los güilas (que la habían acompañado) ya habían cruzado la pista de un carrerón y yo estaba ahí con mi perro, tratando de verle la cara a esa mujer. De pronto eso, a lo que llamamos intuición, me indicó que corriera y me dejé llevar por mi perro, del puro susto (el perro corrió y ella se dejó arrastrar)”. Eso ocurrió en 1998.

Finalmente, unos meses después volvió a observar algo raro en la alameda.

“Mi hermano, un vecino y yo nos quedamos hablando en el corredor de la casa, pasada la media noche. De pronto vimos una figura que subía por el callejón, traía un vestido. Mi vecino corrió a su casa y mi hermano y yo nos metimos en carrera, cerramos el portón con llave y nos quedamos asomados por la ventana".

“Recuerdo que mi hermano estaba asomado del lado izquierdo y yo del derecho. Pasaron un par de minutos y nada que veíamos a la mujer pasar por el frente, cuando de pronto escuchamos que alguien pisó la tapa del medidor”.

"Cuando estuvo frente al portón se detuvo y volteó a vernos, como si supiera que estábamos asomados por la ventana. Ustedes no saben la impresión. Era como de 1,75 metros, ojos saltones, pómulos marcados, mandíbula cuadrada, extrema delgadez y sus manos eran largas, muy largas, su cabello oscuro y ondulado y escaso”.

"Lo que más nos impactó fue su mirada. No era normal. Mi hermano y yo corrimos a nuestros cuartos y ese día no dormí. Al día siguiente hablábamos del asunto y le dije que podía ser alguna indigente que padeciera síndrome de Marfan o simplemente una piedrera fea, pero no, ambos sabíamos que ese rostro no era de este mundo…”.