Las viejas casas cubanas ya no resisten otra tormenta

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Aunque el estado de las viviendas constituye el punto más débil de Cuba, la respuesta del gobierno a los desastres naturales suele ser rápida y hasta cierto punto eficiente comparada con otros países de la región.

Los albañiles Ramón Medina y Rolando Sarmientos son las únicas personas autorizadas a trepar la docena de viviendas que perdieron sus techos en el consejo popular Simón Bolívar tras el paso de Irma. Estamos en el municipio Yaguajay, en la provincia de Sancti Spíritus. Aquí, el gobierno está dando a los afectados por la tormenta tejas de fibrocemento para que rehagan sus viviendas. Las pueden pagar por crédito o subsidios.

Ha pasado un mes desde el huracán y Ramón sostiene la escalera mientras Rolando quita las pocas tejas que no se desprendieron del techo de su vivienda. La casa donde vivía Ramón es una de las 14,657 que se derrumbaron, según la prensa local. Este hombre, veterano de la guerra de Angola y albañil de profesión, habitaba una estancia de cuatro metros cuadrados: paredes de madera, piso de tierra y techo de tejas. Allí tenía una cama, una mesa sin sillas, un fogón y pocas cosas más. Su hogar no estaba ni siquiera a prueba de lluvias, mucho menos de ciclones.

Cada una de estas casas costaría aproximadamente 9,000 dólares, según la estimación de Martínez: el uso de materiales más rentables y disponibles en la isla reduciría su precio. También se ahorraría en reparaciones, reconstrucciones y costos de evacuación durante tormentas.

Sin embargo, el prototipo de los investigadores no ha parecido interesar al gobierno. “El problema es que se construye mal y rápido para dar soluciones temporales”, dice Martínez. “Por eso las casas se vuelven a caer”.

Mientras, en Yaguajay, los albañiles Ramón Medina y Rolando Sarmientos siguen arreglando los tejados de sus vecinos que Irma destruyó. Cuando se les pregunta a si creen que su trabajo aguantará al siguiente huracán de categoría 5, su respuesta es ‘no’. No porque ellos trabajen mal, dicen, sino porque no disponen de los recursos necesarios. “Con una puntilla no se asegura un techo”, dice Ramón.